viernes

Res (non verba)

Iba a escribir sobre lo que vi esta tarde, pero no he podido, así que sólo voy a realizar un boceto de lo que pasó. Bajo, miro mi zapatilla rota meterse en un charco de lluvia. Levanto la vista y veo una media res en el piso. Bajo la media res un hombre. Al costado derecho de la media res un hombre de traje, con paraguas bajo el brazo, tirando de una pata de la media res. Al costado izquierdo de la media res un hombre vestido de blanco con manchas de sangre preguntándole al hombre bajo la media res, que también estaba de blanco con manchas de sangre, si podía seguir. El que estaba abajo rondaba los setenta. El que estaba a la izquierda rondaba los cuarenta. El de traje rondaba la inutilidad. El de la izquierda no se acercaba a ayudar. El de traje patinaba en su lugar. El viejo trataba de pararse con la media res sobre sus hombros. Yo caminaba hacia la esquina, con miedo de acercarme. Rueda el paraguas. Rueda el de traje. El viejo se para, pero no puede avanzar. El cuarentón sigue preguntando si puede. El resto mira. También soy del resto. Llego. Miro al cuarentón, con su barba candado y rostro transpirado. Miro al viejo que sigue debatiéndose entre avanzar o retroceder. Le doy una mano a traje rodado. Pienso que el de la izquierda es un imbécil por no ayudar al viejo. Una señora se acerca, le pregunta al viejo si está bien. Echa un bufido y empieza a avanzar rumbo al chino de mitad de cuadra. También voy allí. Traje rodado (y ahora embarrado) toma su paraguas y se marcha con la satisfacción de saber que hizo todo lo que pudo. Antes de seguir los pasos del viejo hacia el chino, miro al cuarentón que se está prendiendo un cigarrillo. Llego al supermercado, al fondo se ve la media res flotar por sobre las góndolas. Empiezo a recorrer los pasillos. Me olvido de lo sucedido. También de la lista de compras. Me acerco a una heladera y escucho "¡Permiso!". El viejo… con otra media res sobre sus hombros. Su mirada está perdida, hundida en el cumplimiento de su trabajo. Vuelvo a pensar que barba candado es un imbécil. Me encuentro otra vez mirando la vaca flotar por sobre las góndolas. No compro nada. Vuelvo a mi casa. Recién ahí entiendo todo: Barba candado no es un imbécil, sólo lo protegía.

martes

Ladrón

Me recuesto en el verde reciente de la gramilla,
El sol sureño entibia íntimamente mi cara
Y mis ojos cerrados comienzan a sentir el amotinar de mi sangre,
Desanimando su fluidez, ruborizando mis párpados.
Repentinamente algo acaricia mi mano,
Si bien el sentimiento es minúsculo
Se derrama sobre mi cuerpo apaciguado.
Creo percibir una sonrisa delineada sobre mis labios.
El olor del pasto húmedo
Se entremezcla con las oleadas que vienen de las glicinas,
Benteveos y abejorros me sobrevuelan
Abrazándome con sus aleteos y cantos.
Abro mis ojos, buscando la caricia en mi mano,
Una pequeña y despreocupada hormiga
Juguetea con mi escampado bello.
No se siente amenazada (tampoco yo.)
Continúa por el dorso de mi mano
Para luego zambullirse profundamente
En este glauco océano.
Una brisa refresca mi cara cerrando nuevamente mis ojos.
Y los pensamientos comienzan a presentarse,
Carver se acomoda entre ellos.
Me apeno de robarle el final,
(Refregando mis incapacidades en mi rostro.)
Porque éstas son sus palabras:
“Felicidad. Viene inesperadamente.
Y va más allá, realmente,
Cualquier temprana mañana habla de ella.”

sábado

Modernismo

Hoy salí a correr. Extraña sensación que bordea la autoflagelación, es más, hubo momentos que sentí que la Inquisitio Haereticae Pravitatis Sanctum Officium estaba atrás de todo eso. Escupí uno a uno mis pecados, entre puchos y otras porquerías, hasta que, cuando terminé, me sentí mejor.
Haber hecho algo por mí, mejor dicho, haber hecho algo por mi salud fue una experiencia interesante que, como ya dije, me hizo sentir bien.
Expiación.
Luego de haber realizado toda la parafernalia acostumbrada al fin de la tortura, esto es, suspiros, estiramientos, tomar agua, mirar simpáticamente a las paseantes, etc. decidí emprender el retorno y, por qué no, volví a mi casa con una sonrisa, quizás un poco afeminada, instalada en mi rostro. Al parecer esto lo percibieron unos tipos de una obra, algún edificio en construcción, que decidieron lanzarme, con indescriptible precisión, un pedazo de pan cuando pasé delante de ellos. Yo patrocino la paz, más cuando son 6 tipos con trabajos pesados. No los dejé amedrentarme, así que continué con mi paso. A las dos cuadras, en la esquina donde hay un lavadero de autos, sale un tipo con una manguera a presión y me empapa, lo miro a los ojos pero el tipo no para de reírse, achinando los suyos así que no sé si me mira o no. Por mucho menos cualquiera hubiera exigido una satisfacción pero yo, que patrocino la paz, le esbozo una sonrisa que literalmente decía “Sos un tarado, pero hoy no quiero discutir con nadie, me siento bien. Espero que no lo vuelvas a hacer. Saludos a tu madre.” Seguí viaje.
Llegando a la esquina próxima a mi casa un taxi dobla recordando lo que nunca aprendió, o sea la prioridad del peatón. Lo miro mientras pasa a escasos centímetros de mi cuerpo y el tipo me devuelve la mirada, por decirlo de alguna manera, cargada de ira. Por un extraño impulso no cruzo y me quedo mirándolo. Frena a unos veinte metros de dónde yo estaba, se baja el pasajero, y cumpliendo mis peores presagios, se baja el chofer. Pensé rápidamente un discurso sobre cómo Gandhi hubiera dictado el curso de educación vial pero, para mi completo asombro, el taxista gira alrededor del auto, agarra del cuello al pasajero, lo zamarrea y culmina su acto con un directo a la mandíbula que el otro tipo logra eludir. El policía que estaba enfrente se dio cuenta que esto no era un espectáculo, por lo que decidió dejar de divertirse para intervenir. Ahí terminó todo.
Sigo mi camino y me acuerdo que llevo el Ipod, a pesar que lo había cargado con música adecuada para correr, me encuentro con que tenía el álbum blanco de los Beatles… fueron sólo cuatro o cinco cuadras, el hall, el ascensor y un ratito en mi casa. Es increíble cómo un buen disco puede hacerme seguir queriendo y disfrutando estos buenos aires.

lunes

Vos y yo.

Esbozan una sarcástica sonrisa, y nada pareció terminar. De alguna forma todo se conjura desde un caos irónico. Una ola se diluye, reverente, en la arena de una playa desierta. Otra estalla furibunda sobre las rocas, bañando de esputo los pies de un acantilado. Vacilación de la actitud. Dificultad. Tribulación. Mirarnos a la cara o darnos la espalda. Abatirnos en la entrega o sólo desaparecer en la marea.

sábado

de lluvias y teléfonos

Había sido un día hermoso, de hecho todavía lo es. ¿Puede haber algo más encantador que caminar por Buenos Aires bajo la lluvia? Es fantástico y, además, existen muchas opciones para hacerlo. A veces lo hago por el centro, pero sólo cuando mi humor está lo suficientemente estable como para soportar ese enjambre de gente, cuál de todos ellos más apurado y, obviamente, mostrando lo importante que es para cual cada segundo de su vida, ¿Cómo alguien como ellos puede detenerse un instante a ver lo que sucede alrededor? Pero ése es justamente el encanto del paseo céntrico, todos corren, se pelean por taxis, insultan en paradas de colectivos, los autos demuestran la insignificancia del peatón en cada esquina y demás cosas por el estilo, mientras uno se calza un mp3, siempre con algún disco tranquilo -no vaya a ser que un ritmo acelerado nos apure-, y sólo disfruta. Un detalle no menor a tener en cuenta en este tipo de paseos es que los que tienen paraguas son idiotas. Si, sin más, no tienen otro calificativo. El portador de éstos te verá venir con las manos vacías, pero a él le corresponde siempre ir del lado de la pared, esto es, al resguardo de balcones y demás salientes. Nunca uno va a pensar “yo me cubro, mejor le dejo el reparito a este tipo.” Eso no sucederá nunca. Relacionado a esto hay otro detalle aún más peligroso y que, los mencionados paragüistas, llevan a cabo con sospechada precisión: le apuntan con los rayos del aparatejo a la pupila más próxima con certeza propia de un dardista -la palabra creo que es arquero pero se prestaría a confusión- londinense. Si uno es bajo, el problema no se presenta, pero yo creo, ya que los portadores más inescrupulosos son las mujeres mayores, que en promedio no deben tener más de 1.65 mts, que el riesgo de ser mutilado debe aumentar extremadamente para las personas que midan entre 1.75 y 1.90. Luego de la última altura sólo se corre el riesgo de un rasguño menor en un hombro.
La otra opción, más saludable por cierto, es caminar por barrios residenciales, con esas construcciones de la primera mitad del siglo pasado (y baldosas que parecen estar desde ese entonces), dónde sólo uno puede cruzar una mujer que vuelve del mercado o bien algún auto solitario que produce ese sonido tan especial mientras se desliza sobre el asfalto mojado.
Ésta última fue la opción que tomé hoy - mi humor no estaba para someterlo a la prueba céntrica, quizás me hubiera convertido en un ejecutivo de zapatillas - caminando por Caballito y Almagro, en la zona que se extiende entre el parque Rivadavia y el parque Centenario. Fue majestuoso, sobre todo una cuadra que están reparando y por lo tanto estaba cortada, se podían ver todas las maquinarias y herramientas que pueden producir ruidos de altos decibeles, mansamente estacionadas, obviamente, respetando la lluvia. En esa cuadra dejé de caminar un poco y me quedé sintiendo. Luego seguí con mi recorrido por alrededor de una hora, hasta que estaba demasiado mojado y me costaba mover las piernas.
Llego a mi casa, me pongo ropa seca y preparo unos mates. Tomo la guitarra y me siento a demostrar lo inadecuado que es para mí este instrumento; junto a la ventana donde todavía pega la lluvia. Como dije antes, había sido un final de día perfecto. Pero siempre pasa algo, siempre…
Me gustaba más mi periodo esquizoide.

C'est fini pour aujourd'hui!

Muchos...

Como todos...

martes

¿Y si me vuelvo creyente? Ah... ¿Cómo? Ah...¿Tantos hay?

Me siento en el cine, uno de los lugares donde paso más tiempo últimamente, y ¿Estoy en donde nací? ¿Acaso nos conocemos? Fue un día largo, muy largo, fruto del insomnio (no tengo motivos más nobles); estaba dormitando mientras esperaba que empezara la película y un tintineo en mi hombro me dice ¡Nunca dejaste tu pueblo! ¿Eh? Dios, si creyera en vos, ¿Me pasaría esto? Hace cinco años que vengo a este recoveco a ver películas que pocos queremos ver, a veces hasta dos o tres en una semana; otras una por mes y nunca me había sucedido algo así. Mis párpados lagañosos se abren, ceden paso a una luz tenue, busco el bolso de la jubilada de turno que me despierta y me encuentro un dedo jugueteando con mi clavícula. Mis ojos se esfuerzan un poco más y ¡ajá! Hay una mano detrás del dedo (junto con otros cuatro, inmóviles) Continúo antigestálticamente con el brazo, delgado, sutil y oigo una voz que me llama por mi nombre ¡Mi nombre fue pronunciado en la sala! Llego a su hombro, desnudo a medias por un saco caído, y unos cabellos que lo adornaban en su descuido me informaron el resto. ¡Hola!
Si, después de todo lo que me ha estado pasando y cuando ya me había acostumbrado a que fuera un fantasma de mal gusto, Clara está parada detrás de mi fila, saludándome dentro del protocolo. Comienzan a apagarse las luces. Silencio.
Increíble. ¿Cuántos cines hay en Buenos Aires?
La película fue la más difícil de ver en años, no por el contenido, sino porque tenía mi mente completamente enfocada para atrás, mis ojos percibían movimientos pero sólo me ocupaba de averiguar si ella estaba con alguien, si hablaba, si se iba, si comía algo, si apagó el celular, si estaba cómoda, si miraba la película, si…,si…,si…, etc.
No creo en casualidades ni destinos, adivino la razón por la que ella estaba allí: la música era de uno de sus autores favoritos ¿Por qué mierda no me olvidé de eso? O mejor dicho, ¿Por qué no me acordé? El hombre racional a la basura con Freud –otro espectro de pésimo gusto. Ahora cada vez que escuche a ese tipejo cantar sus canzonettas protestonas voy a pensar en ella (como lo venía haciendo de vez en cuando, por otros motivos por cierto).
Termina la película, tardo a propósito un tiempo en pararme, pero ella se adelanta y me habla al oído, maldita seductora, ¿Qué te pareció? Casi le digo la verdad... ¿¡Y como querés que sepa!? Mantengo la cordura, “Bien, ¿No?” Ese “no” buscaba aprobación, aproximación y quizás resultó, porque nos quedamos charlando un rato a la salida. Esta vez no hubo propuestas ni futuros… lástima…
Me acordé del joven artista cuando “Orgullo, esperanza y deseo, como hierbas pisoteadas en su corazón, elevaban humaredas de un incienso enloquecedor que cual una cortina cegaba las luces de su espíritu.”

sábado

me/moria

¿Cuánto hace ya? No lo sé, nunca fui bueno para las fechas. Pero hoy volví a tomar una mano en el cine, con la única diferencia que no era la tuya. Tampoco podría decirte de quién era, no lo sé. Fue en un momento de la película que sentí ese impulso, me había olvidado completamente que había ido solo y que quien estaba a mi lado era una completa desconocida. Ella, con una natural soltura, quitó la suya y siguió viendo la película en silencio. Sólo cuando terminó me miró, pero con el solo objetivo de saber quién había sido, nada más. Creo que entendió lo que me pasó.
Luego fue como bajar una escalera mecánica que sube, no pude quitar los recuerdos de mi mente. Por empezar, la película era de esas en las que vos te ibas a los veinte minutos, pero yo, con mi estúpida moral artística, me quedaba hasta el final. Claro, ahora elijo todas las actividades y voy sólo a ver ese tipo de películas. O tal vez esos conciertos en que te quedabas hasta el final, en lo que quizás eran unos de tus actos de amor más puros, pero para decir luego, y sin reparos por quienes nos acompañaran, que había sido una reverenda estupidez, “puro ruidito”, que hubieras preferido quedarte en casa. ¡La próxima andá solo! Pero siempre me acompañabas.
Cuando salí del cine me vine directo a casa. ¿Sabés? Ahora puedo volver caminando, claro, ya no tengo el terror de que te pase algo delante de mí. El barrio sigue desbordado de travestis mal afeitados y borrachines con olor a meo, pero sólo se acercan para pedirme puchos o monedas. Después de todo comparto el mismo hábitat, vos eras la que no pertenecía, la que sin quererlo y sólo por presencia, marcabas la distancia. Me acordé de cuánto te gusta ir a esos restaurantes caros, que seguramente si yo iba solo no me dejarían pasar, pero como era tu acompañante se me abrían todas las puertas sin hacer ningún ruido y con sonrisas. Ahora tengo que vestirme.
En el camino, luego de que en el cine no me hablaras, te volví a escuchar en la esquina donde habían atropellado a un tipo. No sé si estaba muerto o que, pero me acerqué, como siempre, a ver la gente que se junta en esas ocasiones. Me decías “yo te espero acá, no podés ser tan morboso.” Y te explicaba una vez más que no era el accidente, sino que era la reacción de la gente lo que me interesaba, me daba curiosidad y, quizás, hasta me causaba gracia. Otro de los tantos espectáculos que tampoco compartíamos.
Sigo pensando hace cuánto… no lo sé, en medio de abandonos, cánceres y robos me acuerdo que firmé los papeles un viernes 13. Ya hacía como una semana que me habías dejado -si, ya sé que vos decís que yo te dejé antes, pero yo no lo creo así- pero no logro acordarme el mes. No puedo. En definitiva, al lado de todos estos recuerdos, ¿Qué mierda me importa si fue febrero, marzo o abril?

martes

y llegó el lunes

Subió al colectivo sólo haciendo una seña para avisar que todo estaba en orden. Eso fue todo. Volví al auto y encendí la radio, estaban pasando Dead Bees on a Cake de David Sylvian, nada podía ser más adecuado. Es la imagen perfecta de lo que sucedió, me imaginé una enorme torta, con una cobertura blanca intacta, y un montón de abejas esparcidas sobre ella. No pude quitarme ese cuadro de la cabeza hasta ahora.
Me llamó desde Pilar a la tarde, cuando terminó el curso. Tenía pasaje para las 19, pero lo podía cambiar para más tarde si yo estaba disponible. Le dije que lo cambiara y que eligiera alguno que saliera de Retiro. Así lo hizo. Terminé mis cosas y fui a buscarla.
Al llegar a la plaza de Pilar estaba esperándome en una esquina, sobresalía claramente por sobre el resto de la gente. Al acercarme veo que se sube a otro auto... no entendí nada. Ella tampoco, se había confundido. Al verme se acercó, subió y apenas cruzamos un saludo. Los dos sabíamos que esta vez era distinto. En el viaje de regreso a Buenos Aires sólo habló por el celular, fumó e hizo algún comentario sobre el buffet del curso. Nada más.
Cuando llegamos todavía teníamos un par de horas para hablar, así que fuimos a un café que me gusta –aunque no comparto su política de precios- y pudimos hablar tranquilos. Se acercaba el final. Luego de la charla, en la que hablamos sólo de nuestros sentimientos y percepciones, aclarando todo lo que no lo estuviera, salió a luz un tema completamente inesperado. Ella lee este blog. Me resulta increíble pero así es. Bueno, no tan increíble si tengo en cuenta que la última vez que fui a visitarla, cuando ella volvía del trabajo, me encontró escribiendo un post en mi computadora. “¿Qué estás haciendo?” “Nada, a veces me da por escribir... y tengo un blog.” (Risas de madre ante travesura infantil) Evidentemente Google y su curiosidad hicieron el resto.
Bueno, hasta aquí no es tan increíble sino posible, pero lo que le otorga cierto interés a esto es que su decisión de que no nos veamos más tiene -al menos en parte o bien como detonante- su raíz en lo que leyó y esto bien podría entrar en la categoría de post scriptums de Clara. Lo sucedido le produjo sentimientos encontrados, que no estaba dispuesta a tolerar, si bien siempre supo de mis cosas esta vez percibió algo distinto: quizás yo podía ser feliz -ya dije que no se destacaba por sus percepciones- pero no a su lado, algo que la alegró y entristeció en igual medida. Noi che ci vogliamo così bene, sin dudas.
Pero las coincidencias, por llamarlas de alguna manera, no terminaron allí. El último viaje yo estaba leyendo Niebla, de Unamuno. Y sentí eso, que un personaje de mi blog se me paraba enfrente y me decía “yo no te dejé, vos lo hiciste, vos dejaste que me fuera” y una larga lista de etcéteras que ya están escritos y no vale la pena repetir. Augusta Pérez me miraba a los ojos y yo, por momentos, no le podía sostener la mirada. También me criticó en duros términos que la llamara entusiasta amiga, ¿Pero cómo podría llamarla? En este último tiempo no fuimos novios, ni amantes, ni amigos; sino algo que encerraba quizás lo mejor de cada término. No como ella dijo: “¿No soy nada entonces?” Luego se atrevió a cotejar algunos datos e intentó demostrar su falsedad, aunque siendo infructuoso su esfuerzo no lo era su intención. “Si de una enunciación falsa se llega a una verdadera, ésta última no pierde su condición de verdad” le dije – es lo único que aprendí en un curso de lógica en medio de implicaciones y verdades. Si bien se puede dudar de los hechos en que se basaba para su decisión, ésta era inequívoca: seguiríamos cada uno por separado. Fin del café y de nuestra etapa pendular.
Llegamos a la estación y nos sentamos a fumar hasta la hora de partida, faltaban apenas quince minutos. Anunciaron su viaje y fuimos al lado del colectivo. Nos miramos, frené mi impulso de besarla –creo que ella lo esperaba- y nos abrazamos. Ese abrazo duró algunos segundos, quizás minutos, y fue una de las cosas que voy a recordar cuando piense en ella. Con él nos dijimos todo, lo que hablamos no podría explicar nada mejor que ese abrazo; fue el resumen perfecto. Ahora que lo pienso si alguien nos tomaba una foto quizás parecíamos abejas muertas sobre una torta.

lunes

dos veces 2

Hoy me dejó mi amiga más entusiasta, luego de tres años de estar juntos o, mejor dicho, vernos. Al principio estuvimos siete años, o algo por el estilo, en medio de una relación formal. Luego, distintas cosas nos llevaron por lugares distintos, parejas distintas y vidas separadas, hasta que un día apareció nuevamente en mi vida; eligió la ciudad donde yo estaba, un trabajo cerca al mío -fruto de la casualidad- y dejó su pareja. Ahí comenzó esta larga historia donde cada uno iba por su lado pero, en algún momento, nuestras vidas pendulares volvían al mismo lugar, una especie de triángulo de las Bermudas donde siempre caíamos cada algún lapso de tiempo, a pesar de relaciones y otros inconvenientes por el estilo. Hace un año se fue de Buenos Aires, no sin antes preguntarme qué opinaba de su partida; ante cualquier duda mía quizás ella se hubiera quedado, o al menos eso es lo que me dijo. La alenté por el progreso profesional, cómo si de algo sirviera…
Hoy, cuando hace un mes que no sabía nada de ella, que no hablábamos –sólo saludos protocolares por msn- sonó el teléfono. Era ella. Luego del ritual inicial de saludos comenzó a cambiar su voz, no sabía por dónde empezar, se le notaba fácilmente, pero a los tropezones arrancó.

- Necesito hablar, contarte lo que me está pasando. Te amo, pero no puedo seguir así. – No tuve nada que decir, presentía lo que venía.- Sabés que no hay nada en el mundo que quiera más que verte feliz. Lo sabés perfectamente. Hemos sido siempre, más allá de todo y al fin de cuentas, nuestros mejores amigos durante los últimos doce años, pero yo no puedo seguir así, siento que vos conocés el final de la historia y yo no lo sé. Si, ya sé que me lo has explicado varias veces, que no es tu culpa que yo no sepa el final, sino que así no lo puedo o no lo quiero ver. No sé, necesitaba decírtelo, despedirme de alguna manera. Si hay algo que no tengo dudas es que nos queremos bien y por eso esto.
- No tengo dudas de eso – le contesté pero la verdad es que no podía construir una oración más larga, no por estar desbordado por la situación, lamento admitirlo, pero este último tiempo mi cabeza ha estado ocupada con otras cosas, otros abandonos más cercanos, así que, luego de un silencio, culminé mi frase con un suspiro con el solo objetivo de informarle que la comunicación no se había cortado, al menos técnicamente.
Su voz comenzó a ser entrecortada, cambiamos algunos chistes como para digerir la situación y continuó:
- ¿Te acordás que a veces tengo premoniciones? Anoche tuve una, que es lo que ha terminado por aclarar mi mente. Estabas casado, con hijos, y se te veía muy bien; y yo últimamente te siento muy feliz – nunca se destacó por sus cualidades de perceptora- y me parece que ya ha llegado el momento de seguir adelante. Quiero verte bien, y si no es conmigo voy a hacer todo lo posible para que lo logres. Esto me parece un paso adelante.
- Tenés razón – fue mi pobre respuesta.
Ella continuó con sus explicaciones, sólo interrumpidas por afirmaciones o negaciones mecánicas de mi parte.
– Sólo que no quería desaparecer así, sin decirte nada. Necesito un tiempo para recuperarme y después veremos. Pienso que nuestra amistad es lo más importante que tenemos y no quiero que la perdamos.
- También siento lo mismo. Me encantaría que siguiéramos con nuestras charlas de cubas libres, aunque las tengamos en bares y no en dormitorios. – quise hacer un chiste que, como siempre, no se entendió.
- Si, aunque empecemos con café mejor.- Se rió sensualmente y continuó – Bueno, tengo que volver al trabajo.
- Bueno, está bien.
- Ah, me olvidaba, el lunes tengo que ir a dar un curso a Buenos Aires, pero sólo voy por el día. Va a ser en un hotel de Pilar.
- Si invitás el café te voy a ver.
- Dale. Un beso. Te llamo cuando llegue.
- Otro.
Y así fue el día en que me desecharon dos veces, alguien que conozco hace trece años y alguien a quien sólo he visto éste último mes. No es una competencia de sentimientos, una herida cerrada hace mucho tiempo no se compara con un nuevo raspón.
Mis miedos de ser esquizoide bordean lo ridículo.

Porfía

O de mí, o de ella, pero nunca, con pleno significado, pudo ser recíproco. En ningún tiempo siempre es pasado, quizás ahí radique mi paciencia. Siempre algo puede suceder, en algún momento, aunque cada vez lo espere menos.
Así fue hasta ahora. Pasado.
Hoy me quejo de lo que ella me hace, que no es ni más ni menos, lo que yo le hice a todas, con pleno significado, y aún sigo haciendo (salvo a ella, ¿No?).
Le escribí una canción y le compré un libro, que yo ya tengo, porque quería que ella también lo tuviera. Es el primer regalo que tuve ganas reales de hacer en los últimos años.
Es todo lo que me quedó, un libro repetido.

viernes

No a Clara... sin duda oscurece

Continuando con los post scriptums sobre Clara, voy a transcribir cuatro respuestas que tuve estos últimos días cuando contaba lo sucedido.
Respuesta uno: Mi madre
- Bueno, fue un flechazo, nada más. Seguramente debe ser una persona muy seductora.
- Pero esto me pasó sólo una vez en la vida… (o sea, ésta fue la segunda) – disquisiciones sin necesidad de transcribir.
- Mirá, te prefiero así, antes que como estabas. Es más, estaba preocupada ante tu desinterés general, esto, en el fondo, por más que se haya dado de una manera adolescente, es, por llamarlo de alguna manera, saludable.
Respuesta Dos: Mi hermana.
- Oíme, ¿Si no están locas no te gustan?
- No, me aburro.
- Haceme caso, dejate de joder ya, vos lo que tenés que hacer es casarte y tener hijos, vas a ver cómo te cambia la vida.- me dice esto como si yo no estuviera en la búsqueda… pero no me dieron ganas de discutir sobre esto - ¿Por qué no llamás a M., te acordás? Era buena gente.
- Porque me aburría como un hongo.
- Insisto, haceme caso, tené hijos, vas a ver cómo cambia todo.
- No me podés decir eso XXXXXXXXX – discusión de ribetes existencialistas psico-comunistas que, por el elevado número de estupideces que dije y a riesgo de ser descubierta, una vez más, mi boludez, decidí eliminar.
Respuesta Tres: Una amiga
- Estás hecho un pelotudo.
Respuesta Cuatro: Un amigo
- Ajá… ¿Te la garchaste por lo menos?
- No seas boludo, ¿No ves que te estoy hablando en serio?
- ¿Estaba buena?
- XXXXXXXXX
- Y bueh. Che, el sábado tenemos un cumpleaños en Palermo, de una ex compañera de laburo, ¡No sabés el culo que tiene! XXXXXXXXX – monólogo sexista de hombre casado también eliminado.

martes

Clara y sus post scriptums

P.S.: Esto sucedió ya hace algún tiempo, pero quizás por lo que dice la oración final – si, ésta es una aclaración mientras lo publico- decidí escribirlo o cerrarlo. Por eso no hay detalles, ni explicaciones pormenorizadas y faltan partes que fueron brutalmente sancionadas por el comité de censura (tengo los recortes en casa). Quizás eso dificulte el hilo o la temporalidad ya que me he limitado a pegar sólo algunos fragmentos … en fin…
P.S.’: Ahora mientras releo lo escrito, me doy cuenta que esto ya lo he escrito una veintena de veces más o menos, quizás cambian algunos detalles circunstanciales como tal vez las destinatarias, pero en el fondo es lo mismo. Antes guardaba esas cartas, ya que no tenía computadora, y como un buen herzoguiano esas cartas nunca eran enviadas. Ahora, ya que tengo un blog, la posteo.


La fiesta transcurrió dentro de lo que se podría denominar como normalidad. Bueno, hay que tener en cuenta "la entrada". Además el alcohol... suficiente para satisfacer a un estadio inglés y en el sitio no éramos más de trescientos. Dentro de éstos parámetros, o sea, tipos pegados a las paredes comprobando la impenetrabilidad de la materia, otros tratando de ser el centro de atención bailando como si estuvieran en el Lido, y otros, quizás yo, persiguiendo cualquier cosa semejante a una mujer que se cruzara por su camino - hubo varias que se podrían etiquetar como tales, pertenecientes al género, pero mi interés no iba más allá del que uno puede tener en un lugar así- era una fiesta, como ya dije, normal.
En cuanto a mis persecuciones sólo puedo mencionar que para unas iba muy rápido, otras simplemente me aburrían y al resto, obviamente la mayoría, yo las aburría. Mientras escribo esto se me presenta una imagen donde una mujer tenía una habilidad realmente extraordinaria para esquivar mis besos, espesos de tabaco y alcohol, aunque no se retiraba de mi alcance. En un segundo de cordura la dejé en paz, su buen gusto era digno de respetar. Pero el tema no es el alcohol, ni las drogas o las mujeres. No. El tema es una mujer.
Vamos con una pequeña reseña geográfica. Yo me encontraba con un grupo de gente en una esquina de un rectángulo que podría denominarse “pista” o algo así. En el lado opuesto estaba la barra. Todo lo que expliqué breve y confusamente recién transcurrió en el ángulo dónde me encontraba y el trayecto, ida y vuelta, hasta la barra. Esto se traduce en lo siguiente: bailo con mis amigos, me da sed, voy a buscar un trago y, durante la expedición pro alcohol me encontraba mujeres que iban presentándose bajo diferentes apariencias, casi siempre femeninas. Por ejemplo la “esquiva” debe haber sido durante mi cuarta expedición. Luego de la séptima expedición (quizás octava, quién sabe) decidí no tomar más alcohol y quedarme con mis amigos, me estaba divirtiendo después de todo. Y ahí fue cuando comenzó el “error”. Mis viajes se restringieron a gaseosas a partir de ese momento y poco a poco la visión del lugar fue tomando otra apariencia. No me atreví a volver a mirar a la esquiva, con ver mis otras aproximaciones me había sido suficiente para asustarme del efecto que puede tener el ron en mí. Ya no bailaba tanto y sólo me limitaba a hacer algún que otro comentario a la gente a mi alrededor. Y ahí fue exactamente el momento de la debacle.
Enfrente mío, bajo la luz de la puerta estaba ella, la mujer tema del primer párrafo. Recorrí con la mirada nuevamente el lugar y dije ¿Por qué ella no, si ella es la única que es mi “tipo” en este lugar? Creo que ella me miró también, no sé, pero la cosa quedó ahí. (Ah, también había otra que era mi tipo, una vecina mía con la que hablé mientras su novio fue al baño, pero nuestro idilio no duró más que una micción. Lástima.)
El tiempo fue pasando y en mi última gira, esta vez en busca de agua y dulces, me encuentro hablando con ella. Todo era normal, pero dijo unas palabras mágicas… no las recuerdo, pero si puedo asegurar que esas palabras me llegaron de alguna manera. Al final me dio su teléfono, lo cual se constituyó en mi segundo error, léase habérselo pedido. Y, así, aunque tuviera ganas de quedarme, me fui.
Pasaron algunos días, en medio de mensajitos intrascendentes, hasta que volví a verla. Salimos, nos emborrachamos, fuimos a su casa y me quedé con ella hasta la noche siguiente. Tercer error.
En medio de promesas y declamaciones extraordinariamente inadecuadas (tal vez hasta excusas) para la simpleza de lo que había sucedido, nos despedimos.
Nunca más la volví a ver, aunque yo quiera todavía.

P.S.’’: ¿Por qué siempre me fascinan las que no quieren volverme a ver?
P.S.’’’: ¿No es Clara un hermoso nombre?

lunes

Tarde de perros

Creo que empieza a llover pero, en medio de sol y ladridos, me doy cuenta que sólo es la baba de un perro. Mientras miro, no sin cierta malicia, al mínimo esqueleto peludo que me arrojó esos esputos desde un primer piso, piso una mierda que bien podría ser de éste (o aquel). Sin dejar de mirarlo comienzo a pulir con mi suela los límites del jardín más cercano. Él tiene toda la culpa.
Sigo mi camino, entro a una exposición de fotos. Es feriado y el lugar está atestado de transeúntes. Todos me miran, o por lo menos eso siento, pero la realidad es que todos me huelen, y siendo más realista aún es al energúmeno a quien huelen (u otro similar) sumada a la civilidad de su dueño/a. Es momento de partir. Él tiene la culpa.
Salgo de la sala, enfilando para el lugar dónde menos gente se puede ver. Al llegar a la esquina hay dos linyeras tomando mates y riéndose.
- Dame una moneda viejo, me quiero liquidá y no tengo ni pa’ una bala.
Lo miro, no tengo nada para decir ni dar. Dudo. Pienso en sugerirle una soga, pero, antes de hacerlo, él comienza a reírse estruendosamente. Por un momento pienso que tengo la baba colgando y huelo a mierda, pero la verdad es que el tipo ya ni me miraba y estaba señalando a unos gringos con su compañero.
Quizás a todos nos pasa lo mismo.
Él, en esto, no tiene nada que ver.

miércoles

Entonces...

- No puedo imaginarme vivir el resto de mi vida sin ella.
- ¿Si? Yo pensé que era distinto, no sé, se te ve bastante bien.
- Si, ¿Y con eso?
- Nada… pero, ¿No era que no la aguantabas más?
- No entiendo hacia dónde vas.
- No sé, sólo trato de entender la situación y ayudarte.
- No me jodas.
- Ok.
- Gracias.
- …
- …
- Pero, ¿No te quejabas todos los días?
- Mirá, yo me imaginé el resto de mi vida con ella. Es más, todavía lo hago.
Pero no dije que imaginé vivir los días más felices con ella. Sólo que ella
iba a estar ahí y yo también. Nada más.
- ¿Y por qué te apena tanto?
- Por favor, no me jodas más.
- Perdón.
- Gracias
- …



Porque era real.

jueves

Conmigo no funcionó

“La muerte enaltece. Aún al más canalla.” Fue lo que me dijo un gran amigo, mejor persona aún, hace algunos años, cuando todavía vivía. Hoy me acordé de aquello al leer una nota en Internet. En ella se describía la dificultad de mantener actualizada la red, o sea la imposibilidad de saber si el autor de una página, email, blog, etc. todavía está con vida, lo cual a su vez puede llevar a ciertas confusiones que no vienen al caso. Ése fue el momento en que me di cuenta que yo había muerto, y no una, sino en repetidas ocasiones. Y el modo más palpable de corroborar esto es la historia de este blog. Comenzó hace algunos años, al principio fue divertido hacerlo, después me aburrió y ahí viene su primera defunción (sin certificar). Luego tuvo algunas idas y venidas, incluida un descarado robo de contenido de parte de alguien, que luego se arrepintió (aunque no se disculpó), una eliminación de más de la mitad de los posts, (uno fue vendido al mejor postor) y otras cuitas. Mientras, yo, el que indica a sus dedos el contenido, también ha tenido sus repetidos vaivenes en la vida, lo cual me hace igual al resto por lo que no voy a enumerarlos.
Al final de cuentas: el punto es que a veces, después de haber estado muerto en repetidas ocasiones, no he logrado enaltecerme. Por eso decidí seguir escribiendo estas estupideces que, al menos espero, me mantengan a la altura previa...

martes

Experiencias previas...

“…ve una vaca y llora.” Es todo lo que me acuerdo que me decía mi abuela cuando me mandaba alguna estupidez que, por alguna circunstancia especial, no podía repetir o volver a hacer. Entonces venía una larga perorata de ejemplos y vivencias que había tenido a lo largo de sus años. “Son como callos”. Ahí viene mi segundo interrogante: ¿Qué son los callos? Mi mente despierta, ávida de conocimiento, me lleva nuevamente al único libro, que en realidad es como una colección que vino de regalo con algo, que está en mi casa (si, era de mi abuela, pero no viene al caso):
1. Nombre dado a algo que tiene que ver con los estómagos de terneras (curiosamente tienen cuatro pero técnicamente es uno, o viceversa, tampoco lo recuerdo)
2. Luego encontré un montón de islas y no sé cuántos cayos cochinos. Al cabo de varios días de rumiarlo (no cabía otra descripción) supe que no se refería a esto.
3. Por último encontré algo como almohadillas de piel que se presentan en cualquier parte del cuerpo, las cuales –casi sorprendentemente diría- son un mecanismo de defensa de la piel. Se presentan en áreas utilizadas con exagerada agresividad. Lo cual me lleva hacia el punto 4
4. Reabro la enciclopedia para ver de qué se trata el corazón y me encuentro que es algo como un músculo estriado hueco. No me queda otra que pensar en el sábado pasado.
5. El pericardio recubre al corazón para que no se lesione.
¡Ajá! Acá está la cuestión entonces. Mi abuela quería decirme que después de tantas experiencias malabaristas en materia amorosa, iba a ver una vaca y llorar, por lo que me van a hacer falta como cuatro estómagos para superarlo y, justamente sólo con el paso del tiempo y el uso agresivo se me va a formar la almohadilla necesaria –callo- para que mi pericardio siga funcionando sin terminar de rajarse del todo. Pero… hay algo que no me cierra en esta historia…
¡Ah! “El que se quema con leche” ahí está, si señor, mi memoria sigue siendo prodigiosa. Lamento también darme cuenta que mi corazón late menos. Ha perdido movilidad, y cada vez me es más difícil sentir. ¿Habrá alguna cirugía cardiaca con piedra pómez?

miércoles

La vuelta

Siento sus pasos acelerarse, superar rítmicamente a los míos, tal como lo señaló mi profesor de segundo grado en aquel lejano entonces: “no tienes ritmo y eso es algo que no se aprende”. Recordé aquel momento en medio del silencio que me presentaban las escasas sombras donde, como cualquier película, el viento movía los faroles y esas miedosas sombras venían y se iban, así, sin invitación digamos. Pero el si invitado seguía usando las baldosas cual escofina de mi tío Raúl -estaba seguro que para cuando me alcanzara iba a superarme silenciosamente por estar ya descalzo.

Ya tengo demasiada soledad en mi vida como para andarla sintiendo gratuitamente en una calle de una ciudad de tres millones de habitantes (o algo por el estilo). Pero así fue, me sentía solo y era claro que esos pasos estaban buscándome. Le pido una opinión a un fascista que se cruzó y me dice que raramente los rateros andan de mocasines. No le agradezco, me quedo mirándole y le pregunto de dónde carajo salió. Se ríe y se oculta con el mismo sigilo con que apareció. Los pasos me alcanzan, empiezo a asustarme. Una fugaz circunferencia aparece sobre el piso, a mi derecha, pero el avance hacia un nuevo farol la borra. Debo esperar algunos metros hasta que vuelva, pero ya sé que para cuando vuelva va a estar no sólo a mi derecha sino que quizás más adelante y posiblemente aclararé, para bien o mal, un poco más la cosa. Supero el farol al tiempo que del mismo lugar de donde salió el facho se aparece un tipo que no conozco y me pregunta por qué no me doy vuelta “y ya, hombre”. Le digo que son pocos los sucesos y no debo darle explicaciones. A este amagué tirarle una piña, parecía más fácil que el otro, pero se escabulló con la misma facilidad. Comienza mi sombra a alargarse y espero de un momento a otro la aparición. Mis temores se confirmaron, el círculo no era tal, era una especie de semicírculo, ahora elipse, ahora enconado sobre otro redondel. Un sombrero. Invierno, oscuridad, soledad, llovizna, un miedoso y ¡¿La mafia napolitana persiguiéndome?! ¿Desde cuándo está la camorra en Buenos Aires? Tenía claro que la matanza de san Valentín era difícil en julio, pero así y todo, como ya dije, tenía miedo. En medio de todas estas digresiones y sin mayor aviso una sombra, del negro más oscuro por supuesto, se pone a mi lado. Mi mirada temblorosa comienza el recorrido hacia su encuentro y no es la sombra: es el tipo. ¿Me decís la hora? Si, eh… las nhhuhheve eh y veimmte. Gracias. Dhe –saliva atragantada-mm nadh. Y el ortodoxo aceleró aún más su paso. Parece que se le hacía tarde. Así fue.

jueves

Perfidia

Despreocupado alguien levanta la mano por sobre su cabeza,
Señalando con su índice el cielo sobre nosotros
No el celeste diurno, no el negro de la noche
Si el púrpura del atardecer
Como si ya empezáramos a asfixiarnos, todos nosotros.
Despreocupado y ajeno el viento sigue de largo,
Sin poder hacer nada por las nubes negras que todo lo tapan
Bajan la cabeza como si el sol los pasmara.
Así palpamos mientras caminamos sin rumbo certero,
Ciegos de cielos y soles, todos nosotros.
Y alguien despreocupado baja sus manos
Mientras besa el anillo que viste la pulcra mano,
Huesuda, arrugada, endeble, trémula
Ensalivada con su propia sangre,
Que nos aplasta impasiblemente, a todos nosotros.
Despreocupado un perro orina el árbol
Que da la sombra a un niño,
De la tormenta, de la artera guillotina
Que tarde, mas siempre temprano
Nos espera, a todos nosotros.
La madre despreocupada mira sin entender, sonriendo.
Saca su blanco pecho rajado por el tiempo
Un adolescente escondido la mira, la desea
Ella lo ve y se queda estática vestida de hálitos
Pero el niño llora de hambre y lloramos, todos nosotros.

lunes

Palermo

-¿Hasta qué hora podés retirar las fotos?- pregunté. -Hasta la una, hoy es sábado.- me contestó Sol. -Ok. Tenemos tiempo entonces – mientras seguíamos dando vuelta en el auto por Palermo, -¡Esa es Newbery!- dijo Sol por fin. –Parece que no hay estacionamiento... mmm... ¡Ahí! dale, si es un ratito. Si viene alguien lo corrés y listo – lo pensé y asentí con el auto. Como ya he comprendido que la definición de “ratito” depende del sexo de quien utiliza esta palabra, me armé de paciencia y me quedé esperando en el auto. En ese momento recordé que tenía un libro en mi bolso y me puse a leer. Faltaban apenas unos minutos para la una de la tarde.
Era un sábado con perfecto carácter de domingo, salvo por un par de señoras que volvían de hacer sus compras con un marcado ritmo semanal. A pesar de que estamos en otoño el clima era más que templado, no había nubes y el sol se escabullía entre edificios y altos arboles para rebajarse a acompañarnos. Tomé mis anteojos de sol, para evitar el reflejo, y me sumergí en una lectura de aventuras. El librito, digo librito por que es de bolsillo y no por otra cosa, se estaba poniendo entretenido luego de un comienzo levemente amodorrado.
“La oscuridad palpitante lo envolvía todo desde arriba y, entonces, finalmente, llegó lo de verdad. Fue algo formidable e inmediato, como la ruptura repentina de ira. Parecía explotar alrededor del barco con una intimidante detonación y una avalancha gigantesca de las aguas...” ¡¡¡PLAFFF!!! Fue seco, directo, sin ecos o segundas intenciones. Apenas logró inmiscuirse por mis oídos pero, la verdad, es que no pude percibirlo con claridad en ese momento por lo que continué un poco más con mi lectura. “...es el poder desintegrador del vendaval: aislar al hombre de los de su especie. Un terremoto, un corrimiento de tierras, una avalancha, pueden alcanzar al hombre como si fuera por casualidad, sin apasionamiento. Pero un temporal furioso le ataca como si fuera un enemigo personal, intenta agarrarle los miembros...” Sentía un murmullo lejano que iba subiendo de volumen pero todavía no era suficiente como para perder mi concentración, aunque sí como para que yo lo percibiera.
“...la sensación de ser lanzado a gran distancia, en un torbellino de violencia. Todo desapareció, incluso, por un momento, su capacidad de pensamiento; pero su mano había un montante de la baranda. Su angustia no se veía en absoluto aliviada por una inclinación a dudar de la realidad de aquella experiencia. Aunque joven....”
- ¡NO! ¡NO!¡NO!¡NO!, ¡NO PUEDE SER!, ¡POBRE!, ¡HAY, POR DIOS! ¡NO PUEDE SER!, ¡NO! ¡NO!¡NO! – Al cuarto “no” sentí un llanto descontrolado de una mujer que se colaba por atrás de la dueña de tantas negaciones. Bajé mi libro y miré por la ventanilla del auto. Primero vi a varias personas que estaban mirando en el piso, casi en perfecto semicírculo, y luego levantaban la vista como buscando un punto de partida para esta historia. Luego vi la cara de doña “negación”. Una típica mujer de barrio, clase media renegada, con una permanente anciana y un teñido rubio, como es de esperar en estos casos, que repetía maquinalmente y hasta hartarme, sin aún yo comprender que sucedía, ¡NO!, ¡NO PUEDE SER!. Debo admitir que doña “negación” me había causado la impresión primaria de ser una de las típicas viejas locas de barrio, y que lo que había escuchado con anterioridad era una frenada de auto que casi la atropellaba, o bien que lo había hecho. Atrás estaba otra rubiecita, mucho más joven, que era la dueña de los sollozos. Ahí pensé que ella era la posible víctima.
Todo era muy confuso para mí. No había logrado establecer una conexión entre el semicírculo y las dos platinadas afectadas. Luego en un, extraño y ajeno a mí, momento de lucidez, pensé que tendría que haber una relación entre el semicírculo de parroquianos y las dos aquejadas mujeres. – ¡La puta!, se suicidó alguien- fue la expresión que me dije, aunque no sé si en voz alta o mentalmente. Existía una correlación perfecta entre la serie de acontecimientos y mi hipótesis: ruido seco, que rebobinando, me daba cuenta que sonó como una bolsa con carne y huesos arrojado desde lo alto, murmullo de personas, viejas negando lo sucedido y una rubiecita al fondo descontrolada llorando mientras otra transeunte la abraza y la acurruca contra su pecho dándole soporte emocional o intentando algo parecido.
Dejé mi libro, tomé instintivamente (argentinamente) las llaves del auto y bajé a ver. Sentí latir un poco más fuerte mi corazón. Lamentablemente ni mis padres, ni la escuela, ni la vida o la televisión me dijeron: Mirá, cuando alguien se tire de un décimo piso, tenés que hacer esto y esto, o si no, aquello, etc. Seguía buscando en mi cerebro como reaccionar y no encontraba respuesta. Sí me impulsaba una extraña y morbosa fuerza, aunque admito con bastante miedo, que me llevaba a acercarme al lugar y ver. Alcanzo a ver un bulto en la vereda y me di cuenta que sí, tenía razón, alguien se había suicidado. Continué mi aproximación aunque ya estaba un poco asustado y no sabía si quería ver. La vieja y la llorona se escuchaban todavía. No puedo negar que, aunque las comprendía un poco a esta altura, ya me estaban hinchando las pelotas.
Estaba seguro de estar viendo lo que estaba viendo cuando percibí que había ciertas variables que no encajaban en la postal de “suicidio”, y no era que no estuviera el cartel de “Crónica” en algún lado de lo que miraba. Repasé el bulto en la vereda, del que había quitado mis ojos por miedo, dándome cuenta que el tamaño no era de una persona adulta. –De allá, del décimo, yo los conozco – escuché decir a uno de los tipos que siempre están en los eventos constituidos por gente en la calle y que parecen saberlo todo.
-¿Será un nene? ¿Ya lo han tapado? No puede ser, no tan rápido.- seguía avanzando buscando respuestas a mis preguntas. Vi que otro de esos tipos, que además de saber todo se animaba a todo, tomaba con sus manos algo que parecía un brazo y lo dejaba caer. -Y sí, está muerto- fue la expresión que leí en su rostro.
Pero seguía sin encajar todo, salvo esas dos enajenadas, el resto estaban muy tranquilos. Entendían demasiado la situación. Logré sortear la valla humana - vecinal que rodeaba a la víctima y la vi. Estaba muerto, no me cabía ninguna duda. En ese mismo momento escuché a la moza del bar de la esquina que aseguraba conocerlo, con una leve sonrisa en su rostro, y que efectivamente vivía en el décimo piso. Mi corazón empezó a latir con más normalidad, ya me sentía mejor entendiendo todo como el resto de los vecinos. Luego me puse a observarlos. El difunto me brindaba la excusa perfecta para escucharlos y mirarlos por un rato sin que nadie me recriminara nada ni esperaran nada de mí. Cuando llegaron al punto de atiborrarme de estupideces e inquietarme por lo que pensaban y decían, tal cual lo habían hecho las otras dos mujeres al principio, decidí volver al auto.
Tranquilamente volví sobre mis pasos tratando de explicarme como esas personas habían logrado transformar todo en una discusión política intercalada con frases de aroma a libros de autoayuda. No llegué a ninguna explicación. Tomé mi libro y volví a mi lectura, estando seguro de una cosa: si hubiera sido yo ese caniche que vivía contra su voluntad en aquel décimo piso, rodeado de tamaños vecinos, también habría saltado al vacío. A esta altura estoy seguro que ese perro sabía muchas cosas que yo no sé. Ni sabré.

miércoles

sinespacios

preparéelcaféymesentéaesperarlanuncavinolaventanaestabaabierta
ventanaesuntemarecurrentequizássealafotografíadelexteriorloque
mepreocupayestoyagotadoelsonidosecaedeunladoconungolpese
solucionayesuntorrenteincomprensiblequemeoprimeymeexprime
mijugosevaporcañeríasdesiertashaciaunfinalpredeciblenoloentiendo
todoesinagotabletambiénhastalafaltadelimitesqueseexasperaenuna
gigantescacadenciadeinoportunidadestambiénesperéelteléfonopero
tampocosonóentoncessepudreeltiempoyestátodocontaminado
porunatenuesensacióndecarenciasquenuncapuedoafrontarprendoun
sahumerioconoloracocotodoestámejor
.apartetodojuntosinespacioasiescomomesientohoy.final

domingo

Cuantas veces voy a volver a intentarlo???

lunes

Vacaciones

Después de largas vacaciones de la web pienso que es tiempo de volver, lentamente, pero volver. Así pasamos el tiempo fuera...


domingo

Saliendo de misa

Se hace tarde y hoy el tiempo, como todos sabemos, es dinero. ¿O es que alguno no lo sabe todavía?

Apodo

Yo nunca he sido el primero, el uno en algo, siempre he pasado inadvertido, como un cero. Eso soy esta noche que tengo el blogueo de la pagina en blanco. Por eso prefiero expresarme con la facilidad de algunas palabras, que no sean más que ceros y unos, y una fotografía digital así hay más ceros y unos por supuesto, y mi nombre o apodo cibernético tal como es cuando alguien decide llamarme o hablarme: ese impulso neuronal se transforma en movimiento de músculos todo dentro de una misma marejada de reacciones químicas y unos dedos se extienden hasta alcanzar estas míseras teclas para convertirse en ceros y unos. Extraño cuando alguien me reventaba los oídos gritando mi nombre y yo nunca pensaba que me ahogaba entre tantos números, contentándome, contentándole, contestándole con asentir solamente. Eso era suficiente. Ahora, para algunos, me veo así en medio de este tifón de unos y ceros. Ese es mi apodo, y esto que se ve acá soy yo, que no dejo de ser más que otra pila de ceros y unos.

lunes

Wilson

- ¿Tiene una moneda?
- Sí, sí tengo. –su rostro se transformó, extendió una mano agarrotada, mugrienta y me mostró su mejor sonrisa (de un sólo diente). Luego seguimos hablando un poco más. Me contó muchas cosas de su vida, muy amablemente, de largos 50 años, lo que hace, hacía y algunas cosas más. Pero hubo algo que me sorprendió y fue la siguiente frase: “Por suerte la gente es muy buena, y me ayuda bastante”. Como si todo hubiera estado preparado, en el mismo momento que me dijo eso, una persona, un tipo de unos 35 años que trabajaba en una panadería, cruza la calle y sin mediar palabra le dio una bolsa con comida. El pareció estar acostumbrado al silencio de los demás, le agradeció correctamente y luego guardó la bolsa para seguir hablando conmigo un rato más.
-¿Cómo se llama? – le pregunté. Los nombres me ayudan a recordar con mayor precisión a las personas, lo cual, por otro lado, me parece bastante lógico.
- Wilson – lo dijo con la misma sonrisa del principio, parecía que le gustaba mucho su nombre.
- ¿Le molesta si le tomo una foto Wilson?
- No, para nada, pero fíjese que se le va a romper la cámara. – me reí por cortesía, pero sabía que había cosas ocultas, como un mensaje, en su broma.
- ¡Pero no hombre!, una vez estuvo en serio peligro cuando me saqué una foto carné, pero si no pasó nada ahí va a vivir más que Gilgamesh. – nos reímos juntos e hicimos un par de comentarios sobre la revista Tony o D’artagnan, no recuerdo bien.
Luego, como si nunca hubiéramos abandonado la charla del principio me preguntó, con un frío que me incomodó, “¿Y por qué quiere tomarme una foto a mí?”. Su voz dejó entrever cierta melancolía, como si hubiera pasado mucho tiempo desde que alguien le quiso tomar una foto, de esas que algunos nos negamos cuando estamos en familia. Miré el gorro de lana que tenía y se notaba que todavía estaba mojado por la lluvia de la mañana. Yo colecciono recuerdos. Como los nombres, escribir sobre las cosas que me pasan o personas, tomarles fotos y tratar de recordar hasta los más mínimos e insignificantes detalles es como un fetiche para mí. Me encanta abrir frascos viejos de perfumes, olerlos y ver que recuerdos disparan en mí, como una ruleta rusa de pensamientos. Pero pensé, tontamente por cierto, que no era una justificación adecuada. En ese momento se presentó en mi mente, como una instantánea, cuando al principio la charla había tomado un camino hacia el pasado y su saliva transitaba con dificultad por su garganta, con ruidos ásperos.
- Es para una nota que estoy haciendo en Argentina, con gente del Río de la Plata. – mentí cobardemente.
- Ah, bueno, ¿Y cómo me pongo?
- Quédese como está nomás.
Le tomé la foto y conversamos un rato más, pero yo ya no me sentía bien. El tipo me abrió la puerta amigablemente y yo sentía que, por más inocente que fuera, lo había traicionado.
El confiaba en la bondad de la gente, incluso me dijo que esperaba que su suerte -si es que tenía alguna- cambiara con el nuevo gobierno de Tabaré. La esperanza lo abrigaba más que unos trapos descartados, húmedos, tapados de uso, deshilachados, desaliñados y lo alimentaba más que las migajas de egoísmo que nos sobran y se las damos con la frente alta y esperando agradecimiento (exigiéndolo casi).
¿Cómo yo me puedo dar el lujo de no tener esperanzas? O siquiera pensar que la vida es una batalla desigual, que sabemos que está perdida de antemano, pero la libramos igual hasta el final, con armas distintas tal como todos lo somos. Y así, día a día, algunos nos embarcamos en este “Titanic”, lleno de lujos, aunque sepamos del sufrimiento y frío que hay al final, y sin importarnos nada más. Y Wilson, cómo un balsero cubano sobre un telgopor, que muerden una y otra vez los tiburones, espera llegar a la tierra prometida, mostrándome otra vez todas mis incapacidades, las carencias que me habitan, que mi viaje no es más que un sueño del que me cuesta despertar y que el camino es largo, con perfumes y espinas, y me desangro en una estúpida negación.
- Acuérdese, Wilson, como las raquetas de tenis. – y agitó los brazos como si estuviera en una final imaginaria.
- Sí, quédese tranquilo, me voy a acordar. – apabullado continué mi camino mientras el abría contento la bolsa con comida.

sábado

Mas de mi

Perdon por el largo del post anterior pero hacia un tiempo que no escribia y un viernes a la noche solo puede ser una buena excusa para hacerlo (sublimando la soledad tambien le llaman). Y que tiene que ver esta foto con eso? Nada, solo queria subirla porque me gusta.

viernes

Dialogo

- ¡A esta página le falta un poco de sexo!
- ¿Te parece? Mirá que se va a desvirtuar todo, ¿vos para que la habías hecho realmente?
- Por joder, nada más, pero no puedo evitar caer en la ridiculez de chequear si alguien cae por acá de vez en cuando. Me imagino que es por una cuestión de autoestima, como el sexo mismo sin ir más lejos. La cuestión es que he identificado una sola persona que me visita nada más.
- Pará un poquito, ¿Por qué decís el sexo mismo? ¿De que me estás hablando?¿Qué tiene que ver el sexo con la autoestima?
- Ah, claro, como si nunca estás chequeando si has satisfecho a tu partenaire...y eso ¿Por qué es, por la satisfacción de ver su alegría o sólo por sentirte bien vos?
- Nunca me fijé si satisfice a alguien
- ¡No me jodas!
- Enserio, ¿Cómo puedo saberlo?
- Pará un poco, primero te llamé para ver que opinabas de si debo cambiar el contenido y no sólo que no me contestás, sino que encima me boludeás.
- ¿Por qué algo que vos creés imposible para tu vida te parece que es una boludés o que simplemente te estoy tomando el pelo?
- ¡No dije eso!
- Uff, me estás cansando, si querés probá y ponele sexo...en realidad hacé lo que quieras.
- Bueno, pero es un blog personal, saquémonos fotos desnudos, o por lo menos pongo fotos tuyas, te adaptás mejor a los standards de belleza.
- ¿Por qué no te vas un poco a la mierda?
- Pará un poquito... definitivamente hoy no es tu día. Ni el mío, encima ya no voy a poder volver a preguntarte otro día, sabemos que no cambiás muy seguido tus opiniones.
- Y bueno, sacá de alguna página de internet o trabajá en un hotel alojamiento y sacá fotos escondido... no sé, pero buscá otra persona. Me cansan tus boludeces.
- Te acabo de decir que es un blog personal, no puedo sacar a cualquiera en bolas y listo.
- Mmmm, sacale una foto a tus perros. Antes de ayer vimos juntos cómo hacían un trencito los tres. Si la perra sigue en celo será fácil encontrar más momentos cómo ese. Por otro lado que más querés, en una sola foto tenés sexo, sexo grupal, homosexualismo, naturaleza, procreación y millones de cosas que gente se empeña en describir como antinatural o como aburrido o lo que sea. Es una buena oportunidad para contribuir mínimamente a cambiar el mundo.
- No, no puedo hacer eso, no puedo sin su consentimiento. Tampoco me interesa mucho cambiar el mundo.
- ¿Y si tenemos sexo por teléfono, transcribís los diálogos y los subís?
- Me voy a sentir muy presionado, voy a tratar de decir cosas que normalmente no diría o que no haría.
- ¿Te venís a comer una pizza que hoy mis viejos se fueron al campo? Aparte el cuida de mi hermano se fue con los amigos a pescar y quedo sola.
- ¡Salgo ya mismo para allá!
- ¿Y la página?
- Se va a la mierda, no voy a contribuir al onanismo mundial. Andá pidiendo la pizza y una porción de fainá para mi. Yo compro unas cervezas en el camino.
- Ok
- Ok, chau
- ¿Te dije que te quiero?, dijo la voz de ella al vacío. El ya había cortado y salido a un verdadero enjambre de calles y colectivos. Incluso creo que ya tenía una leve erección.

jueves

¿Mismo beso, otra foto? ¿Otro beso, misma foto?

Insomne

El Beso


lunes

Territorios

Un territorio, un espacio perfectamente delimitado, dónde cada uno pueda ejercer o liberar esas reacciones químicas que algunos llaman energía o pensamientos. Dentro de tal espacio me animé a entrar, incluso diría que lo tomé con mis propias manos creando esta sucesión de palabras y letras. No sé por qué lo hice, por qué lo tomé y luego lo dejé lentamente morir. En este momento está agonizando y no es mucho lo que puedo hacer para revivirlo. Así fue como este pequeño territorio para la libertad que tomé con la esperanza que fuera mío para siempre está muriendo. Sus heridas y laceraciones ya son públicas, no las puedo ocultar. No son un ojo morado detrás de un anteojo oscuro ni una raspadura escondida bajo un apósito. Aunque me esfuerce algunas veces, como hoy, todos las pueden ver, aunque sólo unos pocos lo hagan.

domingo

Definiciones

Imperfecto
1. adj. No perfecto.
2. adj. Principiado y no concluido o perfeccionado
A ello se le pueden sumar algunos sinónimos tales como defectuoso, deforme, fallado, viciado, malo, incorrecto, deficiente, dañado, deforme, feo, deteriorado, errado, entre una enorme lista de etcéteras.
Bastante adecuadas todas ellas por cierto, ¿No? Yo me quedo con la definición número 2, esa sí que es perfecta.

jueves

Perdon por la tardanza

He hurgado en las calles, en la red, en los bares, en charlas de amigos y desconocidos. Nada fue el resultado. Pero nada. Nada de nada. Miré un partido de fútbol, leí informes médicos, estudié investigaciones de mercados, observé por un buen rato el velocímetro del auto, tecleé un rato largo en mi computadora, fui a leer contratapas a la librería y compré pescado fresco en una feria. NADA, NI UNA PISTA. Llamé por teléfonos a números que no conozco y pregunté si estaba allí, pero cuando preguntaban a quien buscaba insistía que solo me dijeran si estaba ahí, sin decirles la verdad. No funcionó, la mayoría cortaba o me decían que no estaba ahí, que había salido o que me fuera a la puta madre que me parió...hay gente con poca paciencia y mucha mala educación. Y bueno, al final me fui cansando. Cualquiera lo hubiera hecho. No encontré el post de esta semana, y por ello pido perdón a mi única lectora. Trataré de que no vuelva a suceder.

viernes

Sed

y más sed

Contemplatĭo

¿Estarás pensando lo mismo que yo?
Si, a mi también se me dió por unas medias lunas con dulce de leche.
¿Sorteamos quien baja?

domingo

Naturaleza

Lo empecé a retocar y quedó así. Ahora que lo miro lo podría cambiar de miles maneras y corregiría muchos detalles. Siempre es así. Lo dejo. ¿Lo quito?. No, salió así. Primitivo, inicial, seminal. Transgresor. Colores primarios, partícipes y cómplices de mi necesidad. Natural.

miércoles

Un chori (El vino solo)

Las noches ya comienzan a ser frías, sin tránsito, sin gente. El otoño abriga las veredas y Buenos Aires parece un poco más tanguera. Tomé una cerveza, entrometida en una cena llena de grasas, sentado afuera, como para no refutar tanta soledad. Me parece haber oído algo de gente adentro. No era muy tarde pero la calle estaba desnuda. Algún colectivo se escuchaba pasar a lo lejos. Cuando sentí que era el momento pagué y volví a mi casa. Siento que sigo impregnado. Me serví un vaso de vino y escribo esto. Es casi imposible no reflejar tanto silencio.

Libertad

El fin de semana conocí la Avenida Libertad. Lamentablemente en el post casi no se lee el "cartelito". (ampliando un poco se distingue)

Religious

No me acuerdo el autor pero aprovechando tanta religiosidad en todos...

lunes

Sol

Ya que la mencioné...presento a Sol

jueves

Llueve

Otra vez llueve. Salgo a la calle y disfruto. Me abrigué demasiado, incluso algo he comenzado a transpirar. No importa, no quiero perder ni un minuto de lluvia. Recuerdo que vine a Buenos Aires sólo por su lluvia y parece que, desde que llegué, ya no llueve tanto. Tal vez a la distancia todo se exagera. Dejo los pensamientos de lado, volviendo a mi camino. Una gélida gota se mete por el hueco de mi camisa provocándome un escalofrío a lo largo de mi cuerpo. La siento desplazarse lentamente. Va tomando temperatura para sólo convertirse en humedad. Toda la osadía que mostró al entrar se esfuma en cámara lenta. Recorre mi espina cómo el dedo de una amante que contempla mi alegría. Y no es para menos, está lloviendo. Lloviendo. Ya alguien dijo con toda razón que "la lluvia borra la maldad y lava todas las heridas de tu alma"...na na naaa naaa na na na ná......

Vahos

Mi abuela murió en 1992. Hace un rato nomás escribí un post sobre olores, y otras cosas, que a veces se sostienen en nuestras mentes por un largo tiempo. Ya han pasado casi 13 años. Tomé un pantalón usado, gastado y mugriento. Me lo puse. Por algún motivo me detuve mientras estaba sentado con la rodilla en el momento que esta tenía mayor proximidad a mi cara. Un vaho mezcla de moho, orín y transpiración se hizo presente. Recordé haber leído alguna vez sobre la orina y sus olores “...el olor característico es sui generis o aromático...pudiendo transformarse en amoniacal...”. Este seguramente se aproximaba al amoniacal. Me acordé de mi abuela y su casa. Estaba loca. O por lo menos eso creí hasta no hace mucho tiempo. Quizás mucho menos que varios que llegan más lejos en la vida, esos que no se convierten solamente en un recuerdo de amor y orina.

En silencio

Todos tenemos discos preferidos, entre tantas cosas preferidas. Puede ser por muchas razones que uno cataloga un objeto u otra cosa con el adjetivo de preferido. En este momento estoy escuchando uno de mis discos preferidos y me doy cuenta que hay algo que evoca en mí que no se corresponde con lo que debería producirme escuchar un disco preferido. Este que estoy escuchando accedió a esa característica por la calidad de la música y sus músicos en sí. Con el tiempo, lamentablemente, he ido cambiando el clásico “me gusta – no me gusta” por un “es bueno (y por eso me debe gustar) – es malo (no debería gustarme)”. Ahora he vuelto a la lucha por revivir en mí el instinto natural, que algo me guste por que me guste, por que moviliza algo, y no por que admire algo/alguien (justificable también).
Algunos de estos discos ya me rememoran cosas y a veces me es difícil olvidarme que los pongo sólo por escuchar algo. Movilizan cosas que van más allá de la música. Son como un perfume que huelo en la calle y me evocan la presencia de alguien. Esas noches matrices, íntimas y viscerales, generalmente fugaces, debería haberlos evitado. Contaminan presentes.
Ahora perpetro mis actos en completo silencio, sólo con lo que es propio del momento.

martes

El lamento

Otra vez lo vuelvo a escuchar. Su ladrido es tan particular, pese a haberme criado con perros y haber vivido con los más calificables e inclasificables, éste es distinto a todos. Cuando era chico vivía en un pequeño pueblito del interior, bah también podría llamarlo un pequeño caserío cerca de una ciudad también pequeña. A veces los vecinos se quejaban de mis perros, argumentando que ladraban todas las noches y a lo largo de ellas sin parar, o que se peleaban por ahí en medio de riñas callejeras.
Pasando en limpio lo anterior podría decir, y me animo a ello de hecho, que conozco bastante de ladridos de perro (como cualquier mortal que pueda oir por supuesto). Pero desde que llegué a esta ciudad y, para ser preciso, a mi actual departamento hay un perro que escucho todo el tiempo. A las mañanas, en las tardes, noches y madrugadas. Posee un ladrido grave, constante, sin altibajos. Me acuerdo que por el ladrido de mis perros yo sabía si alguien estaba llegando a mi casa, si jugaban u otra cosa. Este no, se limita a soltar monosílabos indescifrables. Todavía no sé que es lo que lo mueve a ello, pero tenía algo particular que encima lo convertía en más enigmático aún, hasta este preciso instante que entendí la diferencia.
Ese armónico que envuelve su ladrido y lo diferencia de los demás es lo más simple. Está encerrado y las paredes bañan el rebote de su lamento.

sábado

Carta

Hoy comencé a escribir una carta. Sí, una carta. No un e-mail ni un mensaje en el msn ni un sms ni icq u otra prng que se le parezca. Realmente fue difícil, y no por que la carta lo fuera o quien la fuera a recibir merecía tanto empeño en la creación. Más bien me encontré abarrotado de otros inconvenientes.
Primero, pensar que la carta puede tardar en llegar al destinatario 7 u 8 días, como me dijo el empleado del correo, puede ser similar a enviar el antiguo testamento como novedad a un amigo. Uno tiene que escribir cosas que trasciendan, o por lo menos esforzase por decir algo atemporal. ¿Cómo puedo evitar que mi carta caiga en la marejada de noticias que azota nuestras vidas?. Incluso aunque uno no quiera informarse no puede evitarlo: bares con tv, taxis con radios, kioscos con diarios, amigos que hablan, madres que llaman, son algunas de las cosas que se me ocurren por nombrar ciertos sucedáneos de la información voluntaria.
Una vez superada la etapa de la información general me percaté que a esta persona me la cruzo ocasionalmente en la web y, aunque muy de vez en cuando, hablamos por teléfono. O sea que también debía superar el escollo de caer en la info personal. Este no fue tan difícil dado que no hay muchas personas en común que mantengan contacto fluido con ninguno de los dos.
¿En qué escribo? Sólo tengo A4 de impresora en la categoría de papel “presentable”. No, se me complica mucho, necesito renglones. ¿Dónde puse mis lapiceras? ¿Yo escribía cursiva o imprenta? ¿Tan horripilante es mi letra? (Creo que ni siquiera tomé apuntes alguna vez, nací en la época de las fotocopiadoras y encima estoy en la era “teclado”). Una hoja de cuaderno arrancada funcionó bastante bien, aunque tuve que tomarme un tiempo para cortar los restos que mostraban claramente mi tosquedad. La lapicera fue una de esas azules que existen en cada casa argentina.
Cuando creí que ya había pasado todas las dificultades, y no puedo negar que sentí un poco de vanidad por ello, me lancé a escribir mi epístola. Cuando iba promediando la primer carilla solamente, mi muñeca iba adquiriendo la misma movilidad que la que tiene un luchador medieval dentro de una armadura oxidada. ¿Que hago? ¿Le pongo penetrit? Me acordé que cuando era chico le echaba a las tuercas oxidadas o trabadas unas gotas de coca para que aflojen. Sin la menor esperanza o rigor científico bajé, me compré una y me tomé un vaso. No me enteré que había comprado una light. Al tiempo que escribo esto me doy cuenta que no había nada light cuando era chico, quizás el efecto lubricante estaba en la versión tradicional. Mi muñeca funcionó igual, algo psicosomático tal vez, y logré terminar la primer carilla.
Di vuelta la hoja lentamente juntando aire y ganas para seguir. Esta simple carta ya era demasiado complicada. Se me cruzaban miles de excusas para no continuarla. Miré el reloj y ya había pasado mas de una hora desde que empecé con ella. Esto me llevaba a conclusiones como que soy un vueltero, reafirmar que no soy un buen escritor y que “cartas” era otro de los rubros donde había fallado. Finalmente, aunque no menos importante, era que no tenía nada que decir que se ajustara a las características de trascendente y atemporal.
Traté de hacer una esfera perfecta. Me tomé casi tanto tiempo como el que me había llevado escribir esas pocas palabras pero al final lo logré. Una bolita de papel que dejaba ver rastros de mi caligrafía en algunas aristas suavizadas. La miré algunos segundos y dejé brotar al basquetbolista que hay en mi. Me levanté en forma enérgica, recorrí los tres o cuatro metros que separan mi escritorio de la cocina simulando un dribbling propio de un profesional y me acerqué al canasto. Ya podía imaginar las tribunas delirando y coreando mi nombre, sólo quedaban unos segundos para terminar el último cuarto y el partido seguía empatado. Los ceros del reloj se acompañaron solamente de milésimas descendientes y preparé mi tiro en medio de un salto atlético. En lo alto de mi cocina vi que mi tacho de basura es de los que hay que pisar para levantar la tapa. Fue como tener a Shaquille O’neal esperándome en mi momento de gloria. Puse los pies en el piso y sentí la misma decepción que cuando fracasé al escribir esta carta a mi amigo. Me acordé que ayer había empezado un blog...

viernes

Como comenzó

Entro al subte como siempre. Es viernes, y como siempre, me olvido de cómo es un subte hoy. Es como si me metiera en la boca de un iguanodonte metálico el cual me mastica, me ensaliva y, al tiempo que recuerda que es herbívoro, me escupe en el mismo momento que yo decido salir.
Empiezo a recorrer el pasillo en busca de la salida. Por suerte esta estación tiene escalera mecánica. En el momento que pongo mi pie sobre la escalera comienza a sonar el celular. Con el sentimiento de desgracia inherente (y correspondiente) lo tomo y atiendo. Al mismo tiempo que mi –¿Hola?- sale de mi boca mi cerebro roído percibe que la escalera me deposita en una lluvia torrencial que no puedo evitar. Instintivamente comienzo a retroceder bajando un par de escalones, pero ante el riesgo de que los demás piensen que soy un boludo que se esfuerza por evitar la naturaleza de las cosas, decidí dejarme llevar. El bicho ahora me devolvía al húmedo plato. Me doy cuenta que evito la naturaleza de las cosas...
Casi totalmente mojado llego a mi barrio. El casi es gracias al iraní que me vendió un paraguas por unos pocos pesos y, en forma directamente proporcional, cumple unas pocas funciones de paraguas. Paso por una panadería y unas medialunas me miran esperando redención. Pienso que estoy a dieta y casi logro detener mi impulso. Me doy cuenta que evito la naturaleza de las cosas...
Ahora tuve que cerrar la ventana de mi habitación, el agua comenzó a entrar. Apagué la radio y escucho la sinfonía que está dando el aguacero afuera. Se mezcla una sirena de ambulancia o de policía tal vez, nunca pude ni podré diferenciarlas. Doy otro sorbo a mi mate mientras simultáneamente mastico la tercer medialuna de manteca. Una mezcla agridulce y extasiante comienza a expandirse desde mi boca hacia el resto de mi cuerpo. Me doy cuenta que evito la naturaleza de las cosas... pero no quiero sentirme... decido que es un buen momento para empezar a escribir un blog.
Blogarama  Bitacoras.com
Sitio certificado por
Adoos
flat 1 bedroom
online kleinanzeigen
Bloggiar Blogs
Vuelos Baratos